Con el tema del metro yo estoy decepcionado. Siete meses después de que se pusiera en marcha aún no ha habido nadie que nos haya explicado por qué va tan despacio en el tramo hacia Tres Olivos. Todo tipo de elucubraciones por parte de los usuarios, pero nada de forma oficial. Ahí queda clara la importancia que le dan a la calidad de servicio, porque se puede aceptar que se hagan mal las cosas si se explican los motivos y son razonables.
Porque es que en el trayecto de Montecarmelo a Tres Olivos se pueden ir cogiendo flores por el camino. Yo a veces me entretengo leyendo los números que están escritos en el túnel: +10.073, +10.074, +10.075, … y te sale la rima “taratuto tararinco”. Y te imaginas al ingeniero que ha diseñado el tramo para recorrerlo a 20 riéndose en tu cara.
Y, aburrido tú te sigues leyendo el túnel: +10.163, +10.164, +10.165, y otra vez te sale la rima. Ahora te imaginas a un coro tipo los niños cantores de Viena, todos igualitos excepto dos que destacan: uno con las cejas más pobladas y gafas y un pelo como una alfombra egipcia y, a su lado, una niñita rubia con los ojos como un búho y un bolso de chanel. Y con voz de pito, pero con musicalidad se les oye más que a nadie “…te la hiiiinco!!!”. Y los identificas como los responsables de que ya lleves seis minutos en un trayecto que se hace en un brinco, hinco, hinco, hinco.
Porque parecerá que exagero, pero como ahora han puesto unos cristales que se ve al conductor un día, en la estación de Montecarmelo, empezó a leerse el AS. En la portada: “Schuster promete dos ligas” . Al llegar a Tres Olivos ya se había leído todo el periódico e iba por la página de la chica, que ya llevaba las dos ligas prometidas y un sujetador. Y le quedaban mucho mejor que a Schuster.
Llegando a la estación de Tres Olivos está la siguiente etapa de la gymkana: el cambio de tren. Y es ese cambio que en su día dijeron que iba al mismo nivel, y no se equivocaron. Está al mismo nivel que el tramo de Montecarmelo a Tres Olivos, es decir, ambos son una caca.
Y es que a veces parece un documental de la dos. Ese del paso de los ñúes atravesando el río Mara, pero con el riesgo de que la otra orilla cierre las puertas y se largue y nos deje a todos con cara de ñúes y recordando lejanamente a la familia del conductor.
A mí el viernes me mordió el cocodrilo. El número 7, para ser más exactos. Bajó la supervisora a abrir el torniquete donde se había quedado pillado el bonometro. Yo, con curiosidad, abrí bien los ojos para ver un bicho de estos por dentro y ella me dijo: ¿cuál es el tuyo?, y yo mirando dentro de las tripas del comedor de billetes e impresionado por la escena, tras dos cloc, cloc, le dije: el que está al lado de mis globos oculares. ¿Cuántos bonometros caben en un torniquete?. Si tenéis curiosidad, se ve alguno desde fuera en la zona de los led que tiene una flecha o una cruz para permitir o no el paso.
Así que perdí el metro, y para el siguiente tren el cambio era también al mismo nivel pero a diferente andén. Así que sube que te sube, anda que te anda y baja que te baja. Y a esperar. Y cuando llega el tren y te subes con ansias, casi esperas que aparezcan dos azafatas con un ramo de flores y te den un premio. Tú te sientas con satisfacción y dices para tus adentros “¡¡ya he llegado al metro!!”. Y un trayecto en que se debería tardar tres minutos, te ha llevado casi veinticinco (hinco, hinco, hinco), y te acuerdas del lema de Metro de Madrid para estas navidades “Por detrás es más fácil” , o algo así.
Y luego a la vuelta, por la noche, más de lo mismo. Cuando llegas a Tres Olivos desde Fuencarral tú te pones para salir por la puerta de la izquierda, y ves que no, que ahí solo queda un agujero y que se abre la otra fila de puertas. Eso significa que el tren va a encerrar y que el conductor no quiere hacer maniobras, así que las tienen que hacer todos los viajeros. Otra vez ese cambio a nivel que consiste en sube que te sube, anda que te anda, baja que te baja, con más o menos prisa según esté o no el tren en la otra vía. A esas horas lo normal es que no haya nunca tren en la otra vía. Así que llegas al otro andén, previo absurdo paso por los torniquetes, y piensas en cuántos minutos quedarán para que pase el tren. Y miras el panel y ves cinco, hinco, hinco, hinco, y sonríes. Por no llorar.