Esta mañana salgo con energía dispuesto a quemar el exceso de calorías ingerido ayer por la noche, delante del televisor.
Nada más salir por la puerta me encuentro con el rastro que el vecino de al lado ha dejado en la acera al sacar su basura que chorreaba alguna sustancia indefinida, pero indeleble por unos cuantos meses.
Además, el viento que ha soplado ha dejado, en la calle y aceras, un reguero de cartones y otros derivados de los contenedores de las múltiples obras que nos rodean.
Tímidamente recojo los restos de un fleje y un par de cartones que están justo en frente de mi puerta, no vaya a ser que cuando vengan hoy mis hijos y familia a comer digan que vivo en un basurero.
Al regreso, observo encantado que hay un retén del servicio de limpieza (dos camiones), que pasan retirando de los contenedores, la basura que rebosa... algo es algo, me digo.
Más encantado todavía veo a lo lejos que, entrando por la calle, aparece un probo empleado de la limpieza bien pertrechado con los pertinentes utensilios (carro, cepillos, bolsas, etc).
Mi gozo en un pozo, pasa a lo largo de la ristra de cartones como si fuesen invisibles, con paso cansino arrastra su carro hasta el extremo opuesto de la calle, se sienta en la acera ante la agotadora tarea y al cabo de un buen rato retoma su camino.
Retrocede sobre sus pasos, duda, ¿derecha, izquierda?, y al final desaparece sin rumbo fijo, dispuesto, me imagino, a consumir el resto del tiempo antes de despositar sus enseres en el lugar apropiado, cansado ante la cantidad de kilómetros que habrá hecho, eso sí, absolutamente valdíos.
¿Será porque es domingo y no le pagan horas extras?¿Vadrá el viejo dicho de que "me engañan en el sueldo pero no en el trabajo"?.
¡Que tipo!, ¡qué cuajo!.