Desventuras de un “Rodriguez” en Paracuellos: capitulo 1.
Como cada año, y ya no recuerdo cuantos hace, me disponía a pasar una semanita “solo” en casa, con la familia disfrutando de la playa en Torrevieja, o al menos intentando coger sitio en la arena para poner la sombrilla. Al haber sido una decisión tardía, en contra de otras veces, este año no había previsto como organizar mi periplo solitario en el pueblo, si bien tenia claro algunas de mis prioridades: deporte, algo de ordenador, baño en la piscina hinchable de casa y si podía salir alguna noche, visita a los bares y chiringuitos nuevos de MM.
La semana empezó con un fuerte bochorno, por lo qué pensé que seria mejor dejar mi salida con la bici para el siguiente día, donde las previsiones auguraban una bajada de temperaturas y me decidí por intentar echarme un rato la siesta ( una vez comiese tras el trabajo) y luego darme un baño y arreglar unos cuantos papeles, bancos y demás con el ordenador. Como diría mi madre, andaluza por los cuatros costados, “ Ozú que calor que hasia” en la habitación, así que ni con el ventilador puesto a tope conseguía conciliar el sueño y preferí bajarme al patio y darme un chapuzón.
Fue en ese momento, al salir al patio, donde mis planes semanales se vinieron abajo por completo, si bien en ese instante no fui consciente de ello. Con el bañador puesto, miré la temperatura del agua y los 28 ºC me parecieron óptimos para el chapuzón, con lo qué sin pensármelo me metí dentro y refresqué. Pasados 20 minutos al salir a tomar el sol y secarme tumbado a la bartola en la hamaca, empezó el calvario: de forma incesante, el vuelo de un sinfín de véspidos negras y amarillas interrumpía mi descanso, con lo que después de intentar sin éxito, apartarlas, pensé que seria mejor coger el “raid de mercadona” y rociar por las tejas del porche, desde donde al parecer iban y venían.
Una vez seco, con guantes por si acaso ( había leído en un foro vecinal algún comentario al respecto), y armado, me subí a la mesa dispuesto a rociar sin tregua y a la primera ráfaga, no fui capaz de contar el numero de avispas que salieron del hueco entre las tejas. ¿Cómo es posible, pensé para mí, que de un agujero tan pequeño salgan tantas avispas?.
La batalla había comenzado, y si bien ellas me superaban en numero, mis medios e inteligencia debían de darme la victoria, pero no conté con la persistencia que tienen, una y otra vez, vuela que te vuela. Tras innumerables bajas por su parte y el cansancio propio de las horas de dura lucha, opté por tomarme un descanso y pensé que a ultima hora intentaría “quemar” el avispero del tejado.
¡¡Que pena que no pudiese haberme hecho una foto¡¡ Gafas de protección, guantes, polo de manga larga por si acaso (con el bochorno que hacia), mas miedo que la Belén Esteban en el rodaje de Torrente 4, y con un palo en su punta con un algodón impregnado en alcohol, para una vez prendido intentar quemar el presunto avispero, todo ello con nocturnidad y alevosía.